miércoles, 23 de mayo de 2012

La felicidad

La persona tiene sed de felicidad y es capaz de hacer hasta lo imposible por conseguirla. Y aunque la felicidad gotea en algunas partes, brota a raudales dentro de nosotros mismos. Allí, en lo más íntimo de nuestro ser, se encuentra la fuente de la más pura felicidad. Es una forma de ser y de estar. Es darle sentido a la vida. Es estar en paz con uno mismo, con los demás y con Dios. Es una realidad que se adquiere, por eso hace falta quererla, elegirla y ejercitarla. Es fruto de una vida moralmente ordenada. La felicidad es compatible con el sufrimiento, se puede ser feliz en el dolor, la enfermedad, la soledad, la tristeza y la ansiedad. No necesariamente el que sonríe es feliz, o el que sufre es infeliz. El infeliz puede sonreír y el feliz puede sufrir. Ahora bien, no hay que confundir felicidad con placer. El placer se consume mientras se lo consigue. La felicidad es perdurable. El gran error de los disolutos está en que buscan la felicidad fuera de ellos, y el gran acierto de los valientes está en que la encuentra dentro de sí. La persona  es perfectamente feliz cuando contempla la armonía y la belleza de lo que es y edifica interiormente. Y al contrario, cuando se mira desordenada, experimenta su desdicha. A más orden moral, mayor felicidad.

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