La felicidad
La persona tiene sed de
felicidad y es capaz de hacer hasta lo imposible por conseguirla. Y aunque la
felicidad gotea en algunas partes, brota a raudales dentro de nosotros mismos.
Allí, en lo más íntimo de nuestro ser, se encuentra la fuente de la más pura
felicidad. Es una forma de ser y de estar. Es darle sentido a la vida. Es estar
en paz con uno mismo, con los demás y con Dios. Es una realidad que se
adquiere, por eso hace falta quererla, elegirla y ejercitarla. Es fruto de una
vida moralmente ordenada. La felicidad es compatible con el sufrimiento, se
puede ser feliz en el dolor, la enfermedad, la soledad, la tristeza y la ansiedad.
No necesariamente el que sonríe es feliz, o el que sufre es infeliz. El infeliz
puede sonreír y el feliz puede sufrir. Ahora bien, no hay que confundir
felicidad con placer. El placer se consume mientras se lo consigue. La
felicidad es perdurable. El gran error de los disolutos está en que buscan la
felicidad fuera de ellos, y el gran acierto de los valientes está en que la
encuentra dentro de sí. La persona es
perfectamente feliz cuando contempla la armonía y la belleza de lo que es y
edifica interiormente. Y al contrario, cuando se mira desordenada, experimenta
su desdicha. A más orden moral, mayor felicidad.
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