jueves, 16 de mayo de 2013

APLAUDIR CUANDO NOS LEVANTAMOS

Cuentan que cierto fraile fue enviado a predicar a una cárcel. Los presos, obligados por la dirección, esperaban en la capilla. El buen predicador se dirigió al púlpito con tan mala suerte que al subir las escaleras, tropezó y calló rodando. Las carcajadas de los internos fueron estruendosas al ver al predicador por los suelos. 
El buen fraile se levantó vigoroso, escaló raudo los peldaños del púlpito y dijo:
"Os habéis reído porque caí. Pero no habéis aplaudido porque me he levantado. Eso es lo que vine a deciros, esa es la esencia de mi sermón para vosotros: el hombre puede levantarse tras su caída. No importa que haya cometido muchos yerros muy graves e, incluso, crímenes; siempre puede levantarse, enmendar su vida, rehabilitarse. Pensad en eso. Pensad si acaso vosotros aún seguís en el suelo, sin voluntad de levantados. Pensadlo".
Nuestros pensamientos son los arquitectos de nuestro destino y debemos educarnos para hacer lo imposible porque lo posible es ganancia de mediocres; por eso ser uno mismo, sin miedo a estar en lo correcto o en lo erróneo, es más admirable que optar por la fácil cobardía de rendirse a la conformidad.
Dicen que todos nacemos con alas y que nuestra más importante tarea es aprender a volar. Y ese aprendizaje no está exento de fracasos y desalientos, porque siempre el camino de cualquier triunfo está lleno de derrotas. Suele decirse que caer es muy humano: pero más humano, aunque menos fácil, es levantarse. La talla del hombre se ve cuando se incorpora, no cuando está a gatas. El que después de una caída es capaz de levantarse, merece respeto y admiración.
Dios cuenta con nuestra caída y también cuenta con que queramos levantarnos. por eso y para eso inventó el sacramento de la Penitencia o Confesión. A él vamos a levantarnos y a buscar fuerza -gracias de Dios- para seguir de pie.
Porque es muy fácil reír cuando caemos, pero hace falta mucha energía para aplaudir cuando nos levantamos.

¿MERECE LA PENA CONFIAR?

Hay muchas razones para creer en Dios: entre otras, como decía el cardenal Newman, creer en uno mismo. La propia vida se torna muy difícil de entender sin un motivo que justifique y cuadre las cuentas de este mundo.
Confiamos en que mañana saldrá el sol y, después, volverá la noche. Confiamos en que a un hijo nuestro le irá bien en la vida, algo mas incierto e importante que la regular trayectoria solar. Confiar en un Dios al que le importo, es algo todavía mas importante pero menos evidente. No es evidente porque Dios no es un hecho ni un dato que yo pueda poseer. Es una fuente de sentido del mundo y de nuestras vidas a la que me tengo que dirigir como tal. Como Dios no es tan sólo un ser trascendente y metafísico, puedo encontrarlo también en lo material y cercano: en la sonrisa de un anciano o en un contratiempo que me da la oportunidad de demostrar que mi alma puede sobreponerse a la materia cantando bajo la lluvia, aunque sea por poco tiempo. 
Si Dios existe, cree en mí; si yo existo, creo en Dios. Puedo estar sano como un roble y robusto como un Sansón; o puedo encontrarme francamente mal. Es posible que saque una oposición de notario o que me echen de un trabajo, pero si confiamos y estamos con Dios, él nos sostiene. El ser humano como es normal, cuando se dirige a Dios lo hace como cuando se dirige a un amigo, y esta bien, el problema esta cuando le pide, espera que Dios le resuelva los problemas de inmediato, como respondería el amigo, o cuando se siente necesitado de algo, quiere soluciones inmediatas, pero nunca pensamos que Dios es un ser que no esta sujeto al tiempo, esta fuera del tiempo, y actúa providentemente, soluciona los problemas de los hombres desde su providencia; Dios es Omnipotente y todo poderoso y no nos deja solos nunca. Dios existe, porque yo existo.