Uno no se convierte en cristiano por sí mismo,
con sus propias fuerzas, de forma autónoma o en un laboratorio, sino que se
genera y crece en la fe dentro del gran cuerpo de la Iglesia. La Iglesia es
realmente madre, una madre que nos da la vida en Cristo que nos hace vivir
junto a otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.
La maternidad de la Iglesia está en
continuidad con la de María... la Iglesia en la fecundidad del Espíritu Santo,
sigue generando nuevos hijos en Cristo... El nacimiento de Jesús en el vientre
de María, en efecto, es preludio del renacer de cada cristiano en el vientre de
la Iglesia. Entendemos entonces por qué la relación que une a María y a la
Iglesia es tan profunda. Mirando a María, descubrimos el rostro más bello y más
tierno de la Iglesia, mirando a la Iglesia, reconocemos las características más
sublimes de María. Los cristianos no somos huérfanos.
Desde el Bautismo, la Iglesia como madre nos
hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la Palabra de Dios, el camino
de salvación, defendiéndonos del mal. La maternidad de la Iglesia se
manifiesta de forma particular en el servicio de evangelización, al cual se
dedica como una madre que ofrece a sus hijos el alimento espiritual que nutre y
hace fructificar la vida cristiana. Y es con la fuerza del Evangelio y el apoyo
de los Sacramentos que la Iglesia nos guía y acompaña por el camino de
salvación y nos da la capacidad de defendernos del mal como una madre valiente
que defiende a sus propios hijos de los peligros del mundo.
A pesar de que Dios haya vencido a Satanás, éste
siempre regresa con sus tentaciones, por tanto, no debemos ser ingenuos, sino
estar atentos y permanecer firmes en la fe con los consejos y la ayuda de la
madre Iglesia que, como tal, acompaña a sus hijos en los momentos difíciles. La
Iglesia somos todos los bautizados, y no, debemos ser cobardes y tenemos que dar
testimonio de esta maternidad. Confiemos en María para que nos enseñe a imitar
su espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de
acoger, de perdonar, de dar fuerza e infundir confianza y esperanza.