miércoles, 23 de mayo de 2012

Humildad y Autoridad


Ser humilde en los cargos de autoridad. Ante todo, no olvidemos que ejercer autoridad es un servicio, como cualquier otro servicio. Que exige más virtud, eso es cierto.  Porque, si ser humilde en circunstancias humildes exige esfuerzo, ser humilde en condiciones de autoridad exige más esfuerzo. A mayor responsabilidad, mayor humildad. El soberbio cuando sube al poder es tirano, el humilde cuando asume la autoridad es líder. Su grandeza no está en dominar a los demás, sino en dominarse a sí mismo. Sin embargo, el humilde jamás pierde la autoridad: “no suceda que, por excesiva humildad o falsa humildad, se pierda autoridad en el gobierno” (San Agustín). La anarquía es totalmente opuesta a la humildad. El humilde sirve a los demás, no se sirve de los demás. Se preocupa de velar por bien común, no de favorecer sólo a sus partidarios. En la soledad de las alturas, su mejor compañía es Dios, confidente en la oración. Cada vez que concluye una obra buena, se dice: “siervo inútil soy, no he hecho más que lo que tenía que hacer” (Lc 17,10). Y todo esto, el humilde lo hace porque se siente agradecido con Dios, pues Dios ha obrado maravillas en su vida. “Significa aceptar en la humildad la propia tarea de la profesión secular y sus exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a la más íntima comunión con Cristo”

1 comentario:

  1. La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.

    En el recuerdo de la última visita de Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?»
    Es ina pequeña reflexión sobre el Evangelio de hoy.

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