Humildad y Autoridad
Ser
humilde en los cargos de autoridad. Ante todo, no olvidemos que ejercer
autoridad es un servicio, como cualquier otro servicio. Que exige más virtud,
eso es cierto. Porque, si ser humilde en
circunstancias humildes exige esfuerzo, ser humilde en condiciones de autoridad
exige más esfuerzo. A mayor responsabilidad, mayor humildad. El
soberbio cuando sube al poder es tirano, el humilde cuando asume la autoridad
es líder. Su grandeza no está en dominar a los demás, sino en dominarse a sí
mismo. Sin
embargo, el humilde jamás pierde la autoridad: “no suceda que,
por excesiva humildad o falsa humildad, se pierda autoridad en el gobierno” (San
Agustín). La anarquía es totalmente opuesta a la humildad. El
humilde sirve a los demás, no se sirve de los demás. Se preocupa de velar por
bien común, no de favorecer sólo a sus partidarios. En la soledad de las
alturas, su mejor compañía es Dios, confidente en la oración. Cada vez que
concluye una obra buena, se dice: “siervo inútil soy, no he hecho más
que lo que tenía que hacer” (Lc 17,10). Y todo esto, el humilde lo hace porque se
siente agradecido con Dios, pues Dios ha obrado maravillas en su vida. “Significa
aceptar en la humildad la propia tarea de la profesión secular y sus
exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a
la más íntima comunión con Cristo”
La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.
ResponderEliminarEn el recuerdo de la última visita de Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?»
Es ina pequeña reflexión sobre el Evangelio de hoy.