domingo, 7 de septiembre de 2014

LA MATERNIDAD DE LA IGLESIA, CONTINUIDAD DE LA MATERNIDAD DE MARÍA

Uno no se convierte en cristiano por sí mismo, con sus propias fuerzas, de forma autónoma o en un laboratorio, sino que se genera y crece en la fe dentro del gran cuerpo de la Iglesia. La Iglesia es realmente madre, una madre que nos da la vida en Cristo que nos hace vivir junto a otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.
La maternidad de la Iglesia está en continuidad con la de María... la Iglesia en la fecundidad del Espíritu Santo, sigue generando nuevos hijos en Cristo... El nacimiento de Jesús en el vientre de María, en efecto, es preludio del renacer de cada cristiano en el vientre de la Iglesia. Entendemos entonces por qué la relación que une a María y a la Iglesia es tan profunda. Mirando a María, descubrimos el rostro más bello y más tierno de la Iglesia, mirando a la Iglesia, reconocemos las características más sublimes de María. Los cristianos no somos huérfanos.
Desde el Bautismo, la Iglesia como madre nos hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la Palabra de Dios, el camino de salvación, defendiéndonos del mal. La maternidad de la Iglesia se manifiesta de forma particular en el servicio de evangelización, al cual se dedica como una madre que ofrece a sus hijos el alimento espiritual que nutre y hace fructificar la vida cristiana. Y es con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los Sacramentos que la Iglesia nos guía y acompaña por el camino de salvación y nos da la capacidad de defendernos del mal como una madre valiente que defiende a sus propios hijos de los peligros del mundo.

A pesar de que Dios haya vencido a Satanás, éste siempre regresa con sus tentaciones, por tanto, no debemos ser ingenuos, sino estar atentos y permanecer firmes en la fe con los consejos y la ayuda de la madre Iglesia que, como tal, acompaña a sus hijos en los momentos difíciles. La Iglesia somos todos los bautizados, y no, debemos ser cobardes y tenemos que dar testimonio de esta maternidad. Confiemos en María para que nos enseñe a imitar su espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de acoger, de perdonar, de dar fuerza e infundir confianza y esperanza.